Los devastadores incendios forestales de este verano tendrán trágicas consecuencias económicas, sociales y ambientales, cuyos efectos están recién comenzando y se harán sentir por mucho tiempo, décadas para recuperar lo que se perdió en la catástrofe.
En lo inmediato, quizás las faenas de salvataje permitan abastecer a los aserraderos que sobrevivieron y las plantas de celulosa, pero pronto se hará patente la merma de materia prima para uso industrial. La Región del Maule perdió más del 25% de sus plantaciones forestales, de todas las edades y tipo de propietario. Las plantaciones de pino tardan al menos 20 años para madurar, las de eucalipto 8 como mínimo en la zona; y demorará años reforestar toda la superficie afectada. Por tanto, es previsible que el desabastecimiento se mantendrá por un largo plazo, haciendo inviable invertir en capacidad productiva adicional a la previamente existente y, peor todavía, parte de ésta deberá cerrar sus instalaciones.
Sería muy conveniente que el Instituto Forestal actualice sus estimaciones sobre disponibilidad futura de madera para dimensionar el verdadero impacto económico de los incendios en el tiempo, pues no sólo se quemó un recurso natural, sino que también se afectó toda la cadena productiva de agregación de valor.
En las redes sociales se han expresado ácidas críticas a las plantaciones, pero principalmente por personas cuya vida poco o nada depende de su existencia. Como contrapartida, los habitantes rurales sí aprecian directamente el valor social que se deriva de las plantaciones forestales y ven, con desesperanza, como se perdió la riqueza contenida en ellas, riqueza creada por el trabajo forestal que transformó un paisaje de suelos mal utilizados, degradados por la erosión, mediante un proceso social de larga duración y perseverancia, que habiendo alcanzado un nivel de cosecha sostenible, estaba rindiendo sus beneficios a plenitud.
Quien conozca las comunas forestales de la Región del Maule, por ejemplo, Curepto y Empedrado, habrá notado el progreso que han tenido en los últimos 20 años, en gran medida asociado a la pujante actividad forestal. ¿Qué pasará con ellas a consecuencia de no tener una fuente laboral? ¿Cuál será el gasto social que enfrentará el Estado para paliar la pérdida del valor social de las plantaciones incendiadas? ¿Cuántas casas se “quemaron” indirectamente? Cuando los recursos fiscales que se asignen, para evitar el empobrecimiento de las comunas forestales y para financiar los mayores costos de los programas habitacionales, no estén disponibles para otros fines sociales, se apreciará de mejor manera el verdadero aporte de las plantaciones forestales a la sociedad nacional, pues es claro que no sólo aportan madera a las grandes empresas.
Teniendo presente que las plantaciones forestales en la Región del Maule se establecieron mayoritariamente sobre praderas degradadas en terrenos de alta pendiente, la severa reducción de la cobertura boscosa en los cerros de la Cordillera de la Costa tendrá graves impactos sobre los servicios ambientales que proveen las plantaciones. Ya no estará presente la protección del suelo contra la erosión y su respectiva pérdida de nutrientes. Tampoco estará presente su función de regulación hídrica, con su efecto sobre la disponibilidad de agua durante el estío. Expertos en manejo de cuencas han advertido sobre el peligro de aluviones, aparte de la sedimentación de las vertientes y ríos que afectará la calidad del agua.
Los incendios contaminaron el aire con el carbono almacenado en las plantaciones forestales, carbono extraído del aire como resultado de un cambio de uso del suelo que permitió acumular cuantiosa biomasa en más de cien millones de árboles; en este sentido, el compromiso chileno con la mitigación del cambio climático se verá seriamente afectado si no se reforesta pronto la superficie quemada: nuestras emisiones de gases de efecto invernadero se fueron a las nubes, literalmente.
Ante esta catástrofe económica, social y ambiental, sólo queda saber reponerse y salir adelante como país. Partiendo por valorar debidamente los bienes y servicios ambientales que nos proporcionan socialmente las plantaciones forestales, se deriva que es necesario establecer un programa de re-forestación para evitar que los terrenos que estaban forestados queden abandonados. Se requerirá mucha convicción por parte de los propietarios y el Estado, sobre todo en creer que lo que hizo una vez, con trabajo, se podrá hacer de nuevo, pero mejor: que en su concepción se considere un plan de manejo forestal sustentable, que tenga una visión territorial y sobre la biodiversidad; establecer una nueva generación de plantaciones.
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